El doctor Frankenstein ha de huir precipitadamente de su refugio cuando un ladronzuelo irrumpe en él. Llega a una pensión regida por Anna, una muchacha que es prometida de Karl, un doctor que sirve en un manicomio donde está internado el doctor Brandt, antiguo aliado del barón. Este chantajeará a la pareja para que sirvan a sus fines.
Dirección: Terence Fisher. Producción: Hammer Films. Productor: Anthony Nelson Keys. Guion: Bert Batt, a partir de una historia original de Anthony Nelson Keys y B. Batt. Fotografía: Arthur Grant. Música: James Bernard. Montaje: Gordon Hales. Dirección artística: Bernard Robinson (supervisor). FX: Eddie Knight (maquillaje), Studio Locations (efectos especiales). Intérpretes: Peter Cushing (barón Victor Frankenstein / Mr Fenner), Veronica Carlson (Anna Spengler), Freddie Jones (profesor Richter / la criatura), Simon Ward (Dr. Karl Horst), Thorley Walters (inspector Frisch), Maxine Audley (Ella Brandt), George Pravda (doctor Frederick Brandt), Geoffrey Bayldon (médico de la policía), Colette O’Neil (mujer loca), Frank Middlemass (huésped, fontanero), George Belbin (huésped, jugador de ajedrez), Norman Shelley (huésped, fumador de pipa), Michael Gover (huésped, lector de periódico), Peter Copley (director), Jim Collier (Dr. Heidecke), Allan Surtees (sargento de policía), Windsor Davies (sargento de policía), Elizabeth Morgan (Christina), Jack Armstrong, Pauline Chamberlain, Timothy Davies, Robert Davis, Ernest Fennemore, Harry Fielder, Caron Gardner, Robert Gillespie, Michael Goldie, Harold Goodwin, Victor Harrington, Edward Higgins, Arthur Howell, Daphne Oxenford, Dorothy Smith, Meadows White… Nacionalidad y año: Reino Unido 1969. Duración y datos técnicos: 101 min. – Technicolor – 1.66:1 (formato del negativo) / 1.85:1 (formato de proyección) – 35 mm.
El largometraje número 130 de la Hammer fue la estrambótica aventura marina The Lost Continent [dvd/tv: El continente perdido, Michael Carreras, 1968], y la 132 el wéstern espacial Luna Cero Dos (Moon Zero Two, Roy Ward Baker, 1969). Entremedias venía El cerebro de Frankenstein (Frankenstein Must Be Destroyed, 1969), un intento de recuperar el espíritu de la Hammer clásica, pese a que los tiempos eran otros muy distintos. Esta vez, por suerte, no contamos con un guion de Elder/Hinds, sino que es debido a Bert Batt, quien también concibe la historia base junto al productor, Anthony Nelson Keys. Batt fue un prestigioso ayudante de dirección[1] y, salvo error, este fue el único guion que elaboró, y que se reescribió de forma continuada a medida que el filme se rodaba, para darle la extensión requerida[2], y también por, al parecer, constantes enfrentamientos entre Batt y Keys, que diferían en la óptica a seguir.
El guion peca un tanto de jugar con las casualidades: Frankenstein va a parar a una pensión que rige una muchacha prometida a un doctor que trabaja en un manicomio donde está internado un antiguo colega del barón. Y también es evidente que el eminente y sacrílego científico, para ser tan inteligente como es, va dejando constantes pistas a la policía, como esos robos que perpetra desvalijando material quirúrgico. Pero eso son detalles banales frente a una película que se erige como un monumento impresionante, una de las grandes joyas de la Hammer y de Terence Fisher.
En la entrega anterior Frankenstein tenía las manos dañadas por algún misterioso motivo, y aquí no hay rastro de tal lesión. Ha sido desterrado de su país y ahora, se supone, habita en uno fronterizo, aunque los atributos británicos son tan habituales como es norma en el cine de la Hammer. No parece que aquí haya continuidad alguna con el previo título de la saga, Frankenstein Created Woman [tv/dvd/bd: Frankenstein creó a la mujer, T. Fisher, 1967], donde el barón inclusive mantenía ciertos rasgos nobles. Aquí es un cínico desalmado, un asesino y un manipulador, e inclusive cuando parece mostrar determinadas actitudes amables, como con la esposa de Brandt, todo ello no es sino falsedad y manipulación. Solo hay un momento donde despierta simpatías, y es cuando pone en su lugar a los hipócritas inquilinos de Anna.
Frankenstein obliga a la muchacha a deshacerse de esos otros inquilinos, y entonces él campa a sus anchas en la pensión. Tiene a la muchacha y a su prometido cogidos del cuello, diríase, y termina convirtiéndose en dueño y señor de la casa, manejándoles a su antojo. Polémica es la escena de la violación, que fue añadida por imposición de los distribuidores norteamericanos, que querían «algo de sexo». Curioso que esto sea interpretado por medio de esa secuencia, violenta y desagradable, y que carece de cualquier conato de erotismo. Fue rodada por sus responsables sin ninguna convicción, pero lo cierto es que la escena está muy bien rodada y Cushing está espléndido. Profesionalidad, ante todo. Se dice que, al estar filmada fuera de la continuidad establecida, luego no se menciona el hecho, pero lo cierto es que, a partir de ahí, Anna se muestra retraída y tensa; puede que sea debido a lo que Frankenstein está haciendo en la casa y cómo los maneja, pero también se interpretaría como la desazón que la asalta tras el ultraje.
Lo que más destaca de El cerebro de Frankenstein (Frankenstein Must Be Destroyed, 1969) es una atmósfera malsana y de ensoñación, como si todo transcurriera en un mundo irreal de pesadilla. La ciudad donde se ambienta semeja un universo alternativo, en el cual todo podría parecer, ocasionalmente, normal, como el instante en el que la señora Brandt pasea por la calle con una amiga; pero inclusive ese momento distendido se malogra cuando la mujer ve a Frankenstein y cree reconocerlo. Todo el resto del filme se ambienta en un universo nocivo, nocturno, donde el inspector de policía es un hombre desabrido, desagradable, que humilla e insulta a todos; donde los inquilinos de Anna son unos hipócritas moralistas; donde, inclusive, la dulce pareja protagonista delinque.
Efectivamente, la madre de Anna —nunca la veremos— está enferma, y el prometido de la muchacha, Karl, aprovecha que trabaja en una clínica para robar cocaína y traficar con ella, con el fin de pagar los caros gastos que ocasiona el tratamiento de la mujer. Ese es su único delito, y podría disculparse, al fin y al cabo, hasta que Karl mata a un hombre en una de las incursiones nocturnas que efectúa con el barón. A partir de ahí, la pareja está condenada, y el guion no tiene compasión con ellos.
La cinta dispone de una galería de personajes interesantes, cada uno de ellos caracterizado con rasgos negativos, inclusive la dulce Anna. Pero, por supuesto, el que más destaca es el barón Frankenstein, quien de las películas previas conserva su afán investigador, su ansia por ampliar conocimientos, a costa de lo que fuere. Inclusive en un momento determinado cita al doctor Knox, quien se hiciera con la ayuda de los ladrones de tumbas Burke y Hare. Aquí, a él no le importa en absoluto el coste que represente su investigación: nada más empezar la película decapita a un insigne médico (aquí no escoge como víctimas a la escoria de la sociedad) para utilizar su cabeza en los experimentos que persigue. Es colega epistolar del doctor Frederick Brandt, que también estudia el cerebro humano, y juntos intercambian correspondencia comentando sus avances. Ambos buscan el mismo fin: conservar el cerebro de grandes pensadores, una vez muertos, para preservar esos conocimientos, y Brandt ha descubierto el modo de congelarlos para recuperarlos en el momento oportuno. Pero, por algún motivo, ha enloquecido: según la esposa del doctor, por las injerencias de Frankenstein; según este, por la presión que la sociedad ha ejercido sobre él.
La espléndida fotografía de Arthur Grant tiñe las imágenes de ocres y marrones, cediendo un cromatismo correoso, corrupto, ocasionalmente teñido por algún estallido de color. La acción transcurre casi en su integridad en el manicomio o en la pensión de Anna, brindando un tono claustrofóbico, y apenas hay uso de exteriores en el rodaje del filme, amplificando esa sensación. No hay apenas instantes de terror, pero una atmósfera asfixiante impregna la obra en su totalidad. El prólogo —magistral, por medio de planos a ras de suelo con los pies de Cushing y la misteriosa cesta—, el momento de la rotura de la cañería —con la mano del cadáver brotando de la tierra, como una resurrección sobrenatural—, o los instantes finales, desde la huida de la criatura, son los elementos más acordes con ese cine de terror que podríamos buscar, siendo el conjunto más un melodrama matizado de personajes oscuros.
Hemos citado a la criatura, y aquí este personaje ofrece unos rasgos de enorme interés. Frankenstein extrae el cerebro a Brandt, al borde de un colapso cardíaco, y lo trasplanta al cuerpo del profesor Richter, otro interno del asilo mental. Cuando al fin despierta, explora sus manos y su rostro, tanteando, y se siente diferente, y al fin mira su rostro en el reflejo de una bandeja y no reconoce a quien le devuelve la mirada. Tarda un tiempo en asimilar quién es, y por unos instantes parece cuestionarse si sigue siendo él mismo, o ha sido reemplazado por ese intruso, revelando una suerte de pérdida de identidad. Luego, visitará a su esposa. El enfrentamiento entre ambos concierta una escena impresionante, donde la mujer es incapaz de reconocer a su marido, al tiempo que este revela una mirada desvalida y henchida de amor. El clímax final entre las llamas es de lo mejor jamás ofrecido por la Hammer. Y Freddie Jones proporciona a lo largo de todo el filme una composición impresionante, reflejando todo su dolor en unos ojos desmesurados.
Y, ciertamente, el plantel actoral se revela a un elevadísimo nivel. Peter Cushing, como cabría esperar, está sensacional, y su Frankenstein transita por una enorme variedad de registros: amable (teóricamente), cínico, irónico, inquisitivo, despiadado, monstruoso, temeroso… A su lado, una colección de espléndidos intérpretes británicos, como el citado Freddie Jones[3], que compone la criatura más existencialista sobre el mito, y muy buenos intérpretes son Veronica Carlson (algo más que una cara bonita), Simon Ward, Thorley Walters y Geoffrey Bayldon.
Anecdotario
- Título en Argentina, México, Uruguay y Venezuela: Frankenstein debe morir.
- El rodaje ocupó entre el 13 de enero y el 26 de febrero de 1969. Los lugares de filmación fueron los Elstree Studios, en Borehamwood, Hertfordshire, Inglaterra, así como Stanmore Hall, en Wood Lane, de Stanmore, Middlesex, y Tykes Water Lake, en el Aldenham Country Park, Hertfordshire.
- Presupuesto estimado: 186 331 libras esterlinas.
- Quinta entrega de la saga Frankenstein de la Hammer. La anterior fue Frankenstein Created Woman [tv/dvd/bd: Frankenstein creó a la mujer, T. Fisher, 1967], y la siguiente sería El horror de Frankenstein (The Horror of Frankenstein, Jimmy Sangster, 1970).
- El jefe de producción fue el posterior actor Christopher Neame.
- Bert Batt, aparte de ser el guionista, también hizo aquí de ayudante de dirección, su habitual labor.
- Esta es la última película en la cual participó el mítico director artístico Bernard Robinson. Murió pocos meses después de su estreno.
- Los personajes del inspector Frisch (Thorley Walters) y del médico de la policía (Geoffrey Bayldon) se añadieron al guion en una fase tardía.
- Para el estreno original en cines, la BBFC impuso cortes, eliminando la violación de Anna y tomas y sonidos de sierras durante la operación cerebral. Las ediciones posteriores de la película en vídeo/DVD son íntegras.
- Estrenada en el Reino Unido el 22 de mayo de 1969 y en España el 14 de septiembre de 1970, en Madrid en los cines Bilbao, Liceo, Progreso y Velázquez.
Carlos Díaz Maroto (Madrid. España)
CALIFICACIÓN: *****
- bodrio * mediocre ** interesante *** buena **** muy buena ***** obra maestra
[1] Trabajó de forma asidua para la Hammer, y el realizador John Huston lo definió como uno de los dos mejores ayudantes de dirección del mundo, junto a Tom Shaw.
[2] «Me gustaría intentarlo», parece ser que dijo Batt a Nelson-Keys mientras estaban en un hotel de Kilkenny, según relata Christopher Neame en Rungs on a Ladder – Hammer Films seen through a soft gauze; prólogo de Christopher Lee. Lanham, Maryland y Oxford: The Scarecrow Press, Inc., 2003; pág. 69.
[3] El actor fue escogido deliberadamente por Fisher. De origen teatral, se hizo famoso por interpretar a Claudio en la serie The Caesars (1968), aunque llevaba trabajando en el medio desde 1960. Su primera aparición en cine fue en la estupenda Accidente (Accident, Joseph Losey, 1967).