La hija del burgomaestre de una pequeña localidad, Catherine, se enamora del conde Rudolf de Wurtermberg. Pero su amor parece estar condenado al fracaso; Catherine está aquejada de una grave enfermedad que está minando su salud, mientras que Rudolf de Wurtermberg es un vampiro que comparte su soledad en su castillo junto a una cohorte de semejantes.

Dirección: León Klimovsky. Producción: Richard Films P.C. Productor: Isaac Hernández Poncela. Guion: Juan José Daza, Carlos Pumares, según un argumento de J. J. Daza. C. Pumares, Juan José Porto. Fotografía: Miguel Fernández Milá. Música: Máximo Barratas. Montaje: José Antonio Rojo. FX: Pablo Pérez (efectos especiales). Intérpretes: Emma Cohen (Catherine), Carlos Ballesteros (conde Rudolph de Winberg), Viky Lussón (María), Rafael Hernández (Chris), Mary Paz Pondal (Dara), Barta Barri (Mijai), Lorenzo Robledo (Patrick), Manuel Pereiro (padre de Catherine), Roberto Camardiel (Marcus), Tota Alba (madre de Catherine), José Lifante (vampiro 1º), Ana Farra (tendera),  Marián Salgado (niña), Cristino Almodóvar, Carmen Carro, Amparo Climent, Carme Contreras, José Luis de Diego, Antonio de Mossul, Francisco García López, Baringo Jordán, José Luis Lizalde, Ángel Menéndez, Antonio Ramis, Luis Robles… Nacionalidad y año: España 1975. Duración y datos técnicos: 85 min. – color por Gevacolor – 1.85:1 – 35 mm.

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El extraño amor de los vampiros (1975) es una muestra muy característica del tipo de cine fantástico que se realizaba en España en aquellos tiempos. Se percibe, por supuesto, la indigencia económica con la que se producía este tipo de obras, y también las limitaciones, en muchos sentidos, de la gente que se implicaba en ellas. Además, es una película, diríase, ajena a su tiempo. Tal como refiere José Luis Salvador Estébenez: «Según la información que figura en el catálogo de la Biblioteca Nacional, el proyecto se remontaría a 1971, fecha en la que sus dos autores depositarían una sinopsis argumental de cuatro hojas titulada La noche de los vampiros, nombre que conservaría en el libreto definitivo, registrado en 1975, el mismo año en el que se filmó la película». El estreno, además, se retrasaría hasta 1976.

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No era la primera vez que León Klimovsky se enfrentaba al mito del vampiro; de hecho, se le podría considerar un pequeño especialista en la materia, tras entregar La noche de Walpurgis (1971) —en la que, pese a tener como protagonista a Waldemar Daninsky, también asomaban los no muertos—, La saga de los Drácula (1973) y La orgía nocturna de los vampiros (1974). De todas ellas, la presente es no solo la última, sino la peor por muchos motivos.

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En primer lugar, cabe apuntar un guion que muestra un despiste por parte de sus perpetradores (entre los cuales se cuenta el ácido crítico de cine Carlos Pumares), a tal punto que sorprende la desidia con que todo está desarrollado, al tiempo que pretende aportar algo de teórica mordiente. Los diálogos son pésimos, ora ramplones, ora solemnes, y existen ocasiones que parecen estar colocados de cualquier manera. La trama titubea entre cuatro enfoques diferentes: así, busca un tanto inspiración en el cine de la Hammer —la primera aparición de Carlos Ballesteros como vampiro lo ofrece posando igual a como lo hacía Christopher Lee, y hay otros planos que remiten directamente a la saga de la Casa del Martillo—, pero también intenta ser un film de un arrebatador romanticismo; además, procura aportar un tono más violento, acorde con los tiempos que regían; y, por último, busca una tesis moral sobre el vampirismo que, sencillamente, da risa. Todo ello se sirve revuelto, mas no ligado, en un guiso sin sustancia, donde los ingredientes se perciben en trozos groseros, sin homogeneizar.

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Así, resalta para mal el discurso que el conde Winberg (un distante Carlos Ballesteros) le endilga a la pobre Catherine (una sufrida Emma Cohen), tratando de justificar moralmente la actitud de los vampiros como seres incomprendidos y marginados; las formas en que pregona tal proclama son tan burdas que no queda claro si buscan exculpar a los vampiros (por absurdo que eso resulte) o suponer una especie de alegoría acerca de algún colectivo social marginado.

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Por lo demás, todo ese caudal de componentes no es suficiente para rellenar un metraje estándar, a tal punto que la primera media hora se dedica simplemente a acumular de cualquier manera escenas sin ton ni son, que nada aportan a la trama, al desarrollo de los personajes o lo que fuere. E incluso aparecen escenas sonrojantes, propias de una cinta del landismo, como es aquella en la que el entrañable Rafael Hernández se lanza, en calzoncillos y salido, sobre los pechos de su esposa, o la increíble secuencia de seducción de aquél por parte de Emma Cohen.

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León Klimovsky dirige todo sin especial relieve, empleando como único recurso estilístico un zoom que se dedica a reencuadrar a los personajes cuando conviene. Algunos planos de la aparición de los vampiros, con el uso de la bruma a cámara lenta, o el especial salvajismo de algunas de sus acciones, llaman la atención, pero, por descontado, no son suficientes para salvar lo inane de una narración que se hace aburrida de principio a fin. Resaltemos, dentro de la mitología vampírica, detalles peculiares, como es el hecho de que los no muertos deban ser destruidos con un clavo en la frente ―referente que procede realmente de la mitología de la Edad Media―, el que a una víctima del vampirismo le sea quitada del pecho la estaca con la que fue enterrada por las no muertas, y un elemento muy seductor por completo desaprovechado como es la insinuación de que, mientras descansan, los revividos parezcan existir en una realidad alternativa.

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Dentro de la abrumadora indigencia de los resultados, solo a nivel interpretativo se puede hallar algún consuelo. Emma Cohen interpreta a una muchacha desvalida, enfermiza y melancólica, que podría estar tomada de alguna novela de las hermanas Brontë; verdadera amante del género, Cohen pone esfuerzo a un papel que, en todo caso, va deslizándose de forma paulatina hacia el mayor de los ridículos. Tota Alba, por su parte, tributa la solidez inherente en ella, y nos hace recordar su soberbio cometido en uno de los episodios de la mítica serie de televisión El quinto jinete (1975-1976). Rafael Hernández, sin lugar a dudas, es un gran actor, pero su cometido aquí como mayordomo parece destinado a otra película totalmente diferente, como ya se ha expuesto. Carlos Ballesteros, en fin, pese a su apostura, que le confiere algo de empaque a su conde vampiro, parece un poco despistado dentro de la función, aunque dado lo imposible de muchos de sus diálogos no es sorprendente. Por último, resaltar la contribución, muy desaprovechada, del interesante José Lifante (que aparece más durante las secuencias por negativo de los títulos de crédito que en la propia película, lo que contrasta con la ausencia de su nombre en el listado de intérpretes).

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Anécdotas

  • Títulos de rodaje: La noche de los vampiros / Los vampiros también aman.
  • Títulos anglosajones: Night of the Walking Dead / Strange Love of the Vampires.
  • El rodaje tuvo lugar en la localidad de Talamanca del Jarama, en Madrid, y en el propio Madrid.
  • Estrenada en España en Barcelona el 8 de marzo de 1976, en los cines América, Diorama, Montserrat Cinema y Selecto, en programa doble con Cómo matar a papá sin hacerle daño. Y en Madrid el 17 de enero de 1977, en el cine Apolo, en programa doble con Kung-Fu al servicio de la Interpol; en el Granada, junto a Me debes un muerto, de Manolo Escobar; en el Metropolitano, con El viejo fusil; y en el Postas, junto a El fantasma del Paraíso. Previamente, fue exhibida en el Festival de Sitges en octubre de 1975.

Carlos Díaz Maroto (Madrid. España)

CALIFICACIÓN: *

  • bodrio * mediocre ** interesante *** buena **** muy buena ***** obra maestra